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LA CORTE Y EL SENADO: FRUTOS ENVENENADOS

La Corte Suprema esperó más de dos años para decirnos que Duarte Frutos debe sentarse como senador con voz y voto.

El ex mandatario nunca debería haber sido candidato a nada y que su única obligación entre el 2003 al 2008 era dedicarse con exclusividad a sus labores de presidente de la República.

Los miembros de la Corte no eran tontos. Sabían que si sacaban una resolución poco después de asumir Lugo, daba insumos para un juicio político inminente apoyado por todos. Esperaron, conversaron y negociaron.

Esta misma Corte es la culpable de que estemos de nuevo empantanados en una discusión absurda que debía haberse cortado de raíz en su momento. No haberlo hecho posibilitó, entre otras cosas, que Lugo llegara al poder.

Por estas mismas razones, aquella multitud se congregó el 29 de marzo de 2006 cuando el entonces monseñor gritó a voz en cuello que debían ser juzgados los magistrados que estaban posibilitando el quiebre de la República.

 

Hoy padecemos las consecuencias. Aquella vez el gesto prepotente y bravucón de Duarte Frutos posibilitó el ascenso de un outsider al poder y la caída del Partido Colorado.

 

No aprendió "el mariscal de la derrota", y hoy vuelve a agrietar este delicado y casi inexistente Estado de Derecho, cuya ausencia sume a millones en la desgracia de no saberse amparados ni reparados en justicia.

 

Ese es el mensaje que la Corte envió esta semana y que muchos políticos lo encuentran funcional para su manejo, pero notablemente peligroso y dañino para la República.

 

Si Duarte Frutos hubiera querido favorecer desde su posición de senador al desarrollo de legislaciones y discusiones aprovechando su condición privilegiada de haber sido presidente, lo hubiera hecho desde su condición única que la Constitución le asigna: la de senador vitalicio.

 

Con voz, pero sin voto. No, él habría querido desde el Congreso manejar y amenazar a Blanca Ovelar si esta hubiera resultado elegida y por qué no... buscar su caída que permitiera su ascenso de nuevo.

 

El ex presidente no cabe en su megalomanía y es un peligro para la República. No tranquiliza que su abogado diga que ha madurado y que se ha vuelto sensato. ¿Hacía falta que nos dijera si nadie había preguntado?

 

A la edad suya, las personas no cambian, y desde el poder o la superficie, el náufrago (como él mismo se definió) puede volver a mostrarnos los mismos signos que llevaron a miles a desembarazarse de él, su candidata y su partido.

 

Su nivel de rechazo es grandioso, el repudio a su gestión es aún mayor, sus cercanos colaboradores... todos procesados o luchando a billete partido para no serlo.

 

Si Duarte Frutos quiere ser senador como la Constitución le ordena que sea con carácter de vitalicio, y que desde ahí, aporte lo que le debe a esta República a la que desde su condición de presidente se encargó permanentemente de desacreditar al mismo Congreso al que hoy pretende "contribuir" con su presencia.

 

La Corte se ha puesto la soga al cuello, ha negociado con sus verdugos y solo le queda el oprobio popular.

 

Que más para una ciudadanía agotada por el espectáculo decadente de una democracia sin límites, sin ley y sin respeto institucional.

 

A usted, Duarte Frutos, que permanentemente citaba la Biblia... para usted, el siguiente texto a modo de conclusión: «Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado al fuego. Así que por sus frutos los conoceréis.»

 

Mateo 7:17-20

 

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