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HA… CHE RETà PARAGUAY ✓

ELEFANTES BLANCOS

 

  • César González Páez

Muchas veces, cuando vemos edificios a medio terminar, aeropuertos que nunca son usados, un complejo habitacional que espera desde hace años la conclusión de la obra, decimos que estamos ante un "elefante blanco". El color favorito de muchas administraciones gubernamentales, que nos han dejado caminos ′pavimentados′ con una capa de asfalto tan delgado y precario que se deshace antes de ser oficialmente inaugurado. También tenemos una ′escuela modelo′ que quedó a medio terminar y ya se está viniendo abajo, porque sabemos lo que significa abandonar una construcción que se expone al saqueo y el deterioro.

 

Hace un tiempo circulaba por las venas de internet una teoría para probar si los funcionarios de un Gobierno son eficientes o no. Proponían la siguiente prueba: por ejemplo, en la inauguración de un puente, para inaugurarlo las autoridades debían subirse a un pesado camión y atravesar el puente. Si lograban pasar sin dificultad significaba que el puente y los funcionarios eran útiles, o sea servían para algo. Pero si el puente –malamente construido– se venía abajo, se sacaba esta conclusión: "el puente no sirve y ahora los funcionarios tampoco". Si esos ′elefantes blancos′ se construyeran con responsabilidad dejarían de ser el mal ejemplo de cada administración, y está casi de más decir que la gente traduce esas decepciones en antipatía al Gobierno y retacea los votos que tanto les inquietan a los políticos.

 

Pero, por qué decimos ′elefantes blancos′, esta expresión tiene una historia que comienza en Siam, Tailandia. En ese reino, los elefantes albinos, ejemplares muy raros, eran considerados sagrados y por tal motivo pasaban a ser propiedad del emperador. Uno de los títulos nobles de esta alta autoridad era "Señor de los elefantes blancos′, sólo él podía montarlos o destinarlos a diferentes tareas. Lo curioso es que, en muchas ocasiones, los regalaba como castigo a quienes habían perdido su favor. El ′favorecido′ con tal obsequio debía correr con los costosos gastos de mantenimiento del animal, que debía estar rodeado de comodidad y buena alimentación por su condición de sagrado. Esta costumbre se mantuvo por siglos, pero sorprende la similitud de la historia con los tiempos presentes. En la actualidad, los ′elefantes blancos′ del Gobierno los debe pagar el pueblo, el ciudadano común. Son costosos ′regalos′, emprendimientos que no sirven para nada, ya sea porque están mal hechos, o porque se los empezó construir para ′distraer′ el dinero público y jamás lo concluyeron. La expresión actual de cargar con un ′elefante blanco′ es hacernos cargo de algo que es inútil, caro, y lo que es peor, una carga de la que no podemos desprendernos. En la misma condición están los edificios públicos abandonados por años, como el caso del fastuoso hotel del IPS en San Bernardino.

 

Por citar un botón de la gran chaqueta de la estafa pública o la desidia o el eterno rengueo de la burocracia. Los elefantes blancos existen, porque hasta la Justicia se ha convertido en algo parecido. Hasta ahora, no se ha hecho inventario de tales inversiones inútiles, ni se ha castigado a los culpables. Los "elefantes blancos" gozan de impunidad, no porque sean sagrados precisamente, sino porque la Justicia cuando se pinta de ′cuoteo′ político, es de otro mundo. Nada que ver.

 

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