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HA… CHE RETà PARAGUAY ✓

EGIPTO, UNA DEMOSTRACIÓN MÁS DE QUE LA DEMOCRACIA DEPENDE DE LOS PARAGUAYOS

La situación del levantamiento popular en Egipto contra el régimen tiránico de Mubarak, cuyo derrocamiento es inminente, es una nueva lección para Latinoamérica, y por ende para el Paraguay. Constituye una demostración más de que la democracia depende fundamentalmente del factor interno, pues para la superpotencia mundial solo importa un sistema servil a sus intereses, aunque sea horrosamente opuesto a los principios democráticos y opresivamente violatorio de los derechos humanos.

Notables politólogos de América Latina han venido sosteniendo que la construcción y la institucionalización de la democracia en la región dependen exclusivamente de una política de soberanía interna. Los hechos han testimoniado reiteradamente que para los poderes centrales solo importa el servilismo a sus intereses.

 

Un ejemplo oprobioso de que la dependencia externa contradice los principios y los valores democráticos es el régimen tiránico de Egipto. Si bien ya el gobierno de Sadat fue un aliado estratégico para la actual superpotencia militar durante la Guerra Fría, luego el régimen vitalicio de Mubarak convirtió a su país -una de las cunas de la civilización universal- en decisivo enclave de su política de dominación.

 

Para el supuesto equilibrio en el Medio Oriente, se reforzó a ese régimen militar y policialmente, aun cuando el reinado de la corrupción, del narcotráfico y del lavado de dinero crecía a un ritmo acelerado y solo superado por la despiadada expansión de la pobreza, la exclusión social y el terrorismo de Estado. Esta ominosa realidad no importaba, pues en ese territorio operaba la CIA y se torturaba a los enemigos hoy en guerra, al igual que se violaban los derechos humanos de los que se oponían al ya agónico totalitarismo sultanístico de Mubarak.

 

En nuestro continente pasamos por experiencias semejantes. Nosotros padecimos la dictadura de Stroessner, que acaso no fue menos cruel y a la vez abyecto y pusilánime. Y países con tradición democrática o emergente vieron interrumpidos su proceso con sangrientos golpes de Estado y dictaduras militares. Se aceptaba alguna pseudodemocracia tutelada, pero no se toleraba el pluralismo ideológico.

 

La gradual transición democrática avanza hacia su consolidación, en forma todavía heterogénea y vulnerable, razón por la cual se han establecido las respectivas cláusulas que defienden su estabilidad y promueven su institucionalización. Estas medidas se adoptan en el marco de la integración regional. La apelación a esas cláusulas democráticas responde a la necesidad de salvaguardar, en calidad de actores responsables, la autonomía política de nuestros países.

 

El Gobierno norteamericano le pide a Egipto una "transición ordenada". Vale decir, controlada. La rebelión del pueblo y de sus intelectuales ya no tiene paciencia. Pero el superpoder teme un efecto dominó que lleve a la liberación de Irak y Afganistán, tras los sucesos de Túnez y Yemen. Nosotros, sin embargo, tenemos que apostar por la autodeterminación de los pueblos. Y aprender definitivamente la lección de que la democracia depende de los paraguayos.

 

Asegurarla es una lucha por nuestra libertad. Y por nuestro inalienable derecho a una sociedad más justa e igualitaria.

 

2 comentarios

Andrés Oppenheimer -

EL INFORME OPPENHEIMER
Chávez y el “efecto Egipto”


Después de dos años de perder gradualmente popularidad en su país e influencia política en el exterior, el presidente venezolano, Hugo Chávez, podría ser uno de los grandes beneficiarios de un aumento del precio mundial del petróleo provocado por la revuelta popular en Egipto.

¿Pero aumentará el precio lo suficiente como para darle al régimen chavista un segundo aire, y permitirle ganar las elecciones del 2012? ¿Podrá Chávez volver a comprar el apoyo de los gobiernos latinoamericanos con más petrodólares?

El gobernante narcisista-leninista de Venezuela –quien en su discurso del 15 de enero ante el Congreso usó 489 veces la palabra “yo”– sabe que su futuro político depende del precio del petróleo.

Su popularidad interna cayó peligrosamente –en las elecciones legislativas del año pasado, el 52 por ciento de los votos fueron para candidatos de la oposición, pese a la masiva propaganda gubernamental y a las limitaciones a la libertad de prensa– y Venezuela sufre una inflación del 30 por ciento, creciente escasez de alimentos y el crecimiento económico más bajo de Latinoamérica.

Pero Chávez apuesta a que el “efecto Egipto” sobre el precio del petróleo alcanzará para salvarlo.

Desde fines de enero, cuando empezó la agitación en el Medio Oriente, los precios del petróleo en Nueva York han subido alrededor de US$ 7 el barril, hasta alcanzar la marca de US$ 92 el barril esta semana.

Venezuela dice que exporta alrededor de 2,3 millones de barriles diarios, y los economistas calculan que –después de restarle las ventas subsidiadas a Cuba y a otros países– cada subida de US$ 1 en el precio mundial del petróleo le da al régimen de Chávez unos US$ 730 millones extra al año.

Algunos analistas financieros dicen que esta ganancia adicional le dará a Chávez un nuevo empujón.

“Esto definitivamente lo ayudará”, me dijo Russ Dallen, del banco de inversiones BBO Financial Services, con sede en Caracas. “El Gobierno estaba apostando a que los precios mundiales del petróleo volverían a subir, y su apuesta fue correcta”, agregó.

Según Dallen, si Egipto logra una transición pacífica del poder y los precios del petróleo permanecen a su nivel actual, este año Venezuela ganaría US$ 5.100 millones adicionales.

Si la transición de Egipto es caótica, y el temor de que se interrumpa el paso de los buques petroleros por el Canal de Suez lleva el precio del petróleo comerciado en Nueva York a US$ 100 el barril, Venezuela obtendría este año US$ 10.000 millones adicionales, agregó Dallen.

Y si la agitación de Egipto llegara a extenderse a los principales productores de petróleo del Medio Oriente y los precios del petróleo alcanzaran su récord anterior de US$ 150 el barril, Venezuela ganaría US$ 35.000 millones adicionales al año. Pero es improbable que eso ocurra, porque ese aumento desencadenaría de inmediato una recesión mundial que inmediatamente haría bajar los precios del petróleo, explicó.

Otros analistas dicen que Chávez no se beneficiará con el “efecto Egipto”, entre otras cosas porque Venezuela tiene que pagar una enorme deuda externa, y su producción petrolera está disminuyendo de manera drástica.

Evanan Romero, consultor energético y ex director del monopolio petrolero venezolano PDVSA, me dijo que la falta de inversión en exploración y mantenimiento ha hecho disminuir la producción petrolera venezolana en más de una tercera parte en los últimos 12 años, y que las exportaciones de petróleo seguirán en baja.

El enorme consumo doméstico –la gasolina en Venezuela se vende a menos de 5 centavos de dólar el galón, menos que una botella de agua–, así como el contrabando de gasolina a países vecinos y las exportaciones subsidiadas por Chávez a otros países, reducirá el ingreso petrolero de Venezuela, dijo.

“Los problemas financieros de Chávez no se resolverán este año con el actual aumento de los precios del petróleo”, agregó Romero. “Lo que gana Chávez con el aumento de precios lo pierde con la disminución de la producción”, concluyó.

Mi opinión: Chávez ha sido afortunado, y los precios récord del petróleo desde que asumió el poder hasta que comenzaron a bajar con la crisis del 2008 le ha permitido comprar lealtades en su país y en el extranjero. El actual aumento de los precios del petróleo lo ayudará, pero no será suficiente como para permitirle comprar votos como en el pasado.

Si el precio del petróleo sube por encima de US$ 110 por barril, la tenue recuperación económica de Estados Unidos llegará a su fin, el precio del petróleo bajará y los ingresos de Venezuela se reducirán.

De manera que lo más probable es que el “efecto Egipto” le dé a Chávez un pequeño respiro, pero no lo suficiente como para ganar fácilmente las elecciones del año próximo sin un aumento de la represión interna o el fraude electoral.

Eduardo Quintana -

Egipto y el choque de valores

De pronto, causó conmoción al mundo el levantamiento de miles de egipcios contra la dictadura de Hosni Mubarak en las últimas semanas. Al parecer, no solo había pirámides e historia milenaria de civilizaciones extintas, sino también represiones, persecuciones y pobreza en un país que intentó frenar el avance del extremismo islámico, aunque “el planeta no estaba al tanto”.

La tiranía de Mubarak, de tres décadas, fue sustentada tanto por líderes y organizaciones socialistas como por Estados Unidos. El descontento generalizado no aguantó más miseria, corrupción y autoritarismo de un sistema que ya no se pudo defender.

Dependiendo de cada organización de derechos humanos y de estudios políticos, las cifras sobre las últimas dictaduras del mundo varían. Aun así, casi el 25% de todos los países que aglutina la Organización de Naciones Unidas tiene gobiernos marcadamente tiránicos. Las más representativas siguen siendo las dictaduras islámicas de Irán, Arabia Saudita, Libia y Sudán, y las seculares comunistas de Corea del Norte y Cuba.

Millones de personas viven en el mundo como los egipcios en la actualidad: oprimidos, silenciados y con temor de ejercer sus libertades individuales. Además de ello, otros millones de ciudadanos conviven con incertidumbre constante por el grado de hibridez de sus Ejecutivos, que actúan autoritariamente en muchos casos. Esto ocurre principalmente en Singapur, Indonesia, Bolivia, Nicaragua y Venezuela.

No debería sorprender, entonces, si en las próximas semanas o meses veamos grandes manifestaciones en el Medio Oriente, que alberga sociedades fuertemente lastimadas por el poder o influencia de la religión islámica, a causa de los ejemplos en Túnez (donde derrocaron al dictador Zine El Abidine Ben Alí en enero) y en Egipto, donde aún continúan las protestas contra Mubarak.

Tampoco debe extrañar si nos informamos sobre protestas de apoyo a las “minirrevoluciones” en los países occidentales, en vista de que, gracias al auge y edad de oro de las tecnologías de la información, las noticias corren rápido y la presión se acrecienta con las denuncias en los medios digitales (redes sociales como empresas periodísticas).

Hay puntos a tomar en cuenta con la crisis en Egipto. En primer término, Washington ha sido un importante aliado de varias dictaduras en las últimas décadas, aportando dinero de los contribuyentes estadounidenses a gobiernos tiránicos; hoy en día, con el argumento de frenar el “extremismo islámico”, existente, al fin y al cabo.

En segundo lugar, habría que redefinir o debatir el rol del Estado en la vida política del siglo XXI, puesto que a pesar de no haber dictadura, en varios países democráticos se oprime al ciudadano de distintas formas.

Con respecto al primer tema, Estados Unidos se muestra idealista a la hora de defender las libertades individuales en naciones infestadas por el autoritarismo, pero pragmático cuando se trata de rever acuerdos o críticas con ejecutivos “hermanos”. La doble vara del Gobierno norteamericano debe cesar si realmente quiere seguir como “líder mundial”. De lo contrario, su prestigio, si es que le queda alguno, caerá considerablemente y aquí no serán solamente los “socialistas” los que salgan en su contra.

Ya hizo bastante mal con sustentar a Mubarak, por lo que debería rever acuerdos con Saná, Riad, Pekín, entre otros.

Por otro lado, los gobiernos nacionales, en principio, nacieron con el fin de proteger los acuerdos entre dos o más individuos. Siglos después, la evidencia señala que el poder monopólico del Estado se fortaleció enormemente, en detrimento de los principios con los cuales nació. Sería valioso que luego de analizar el peligro de las dictaduras, intelectuales y gobiernos comiencen a plantearse también problemas dentro de las propias democracias, occidentales o no.

Lo que sucede en Egipto no es una muestra del choque de civilizaciones, islámicos vs. cristianos, sino de valores imaginarios contra valores universales. Hay, sí, un enfrentamiento entre la tolerancia a la tiranía vs. la intolerancia a la apatía, un relato de guerra de la lucha entre el poder estatal contra la vida y libertad individual.