Blogia
HA… CHE RETà PARAGUAY ✓

NATIVOS ACHÉ, MUESTRA EL CAMINO A LA NACIÓN INDIGENA.

Andrés Granje

La Comunidad Aché, de Puerto Barra Tapyi, ubicado a 130 kilómetros al sur de Ciudad del Este, comenzó la cosecha de 100 hectáreas de soja, con un alto rendimiento de entre 3.500 a 4.200 kilos por hectáreas, obviamente como no tienen equipos mecánicos para la recolección tuvieron que alquilar estos implementos de colonos brasiguayos de la zona a quienes pagaran como corresponde por el servicio. Mientras las cosechadoras prestadas levantaban los granos, la sembradora que si pertenece a la comunidad se encargaba de sembrar trigo en el sistema conocido como siembra directa que recompone la fertilidad de la tierra. Es la primera comunidad indígena, que conocemos, que produce con esta modalidad.

Estos cultivos representan un ingreso de mas de 300.000  dólares, la ganancia se reparte de manera equitativa entre las 38 familias que componen la comunidad Aché, que aparte no descuida los cultivos de productos de autoconsumo y lo mas significativo las declaraciones de uno de los lideres de la comunidad Timoteo Torigui, que manifestó que son integrantes de una comunidad muy trabajadora gracias a lo cual salieron adelante, no tenemos a nuestros niños en la calle y no le debemos nada a nadie,  dijo con un inocultable y entendible orgullo, el que también ejerce de docente en la comunidad,  También destacó que quiere que el ejemplo cunda en las demás parcialidades indígenas del Paraguay, que ya están viendo las ventajas de la autogestión, eso si pidió  que la sociedad paraguaya respete  a las etnias.

 

Siempre dijimos que los indígenas no podían seguir en la indignante condición de postración, atraso y abandono en que la indiferencia y la codicia de los civilizadores, les mantuvieron  por tantos tiempos. El genocidio de los originarios del continente americano es el  crimen mas atroz  cometido en la historia de la humanidad, los primeros responsables fueron los conquistadores españoles, ingleses, holandeses y portugueses que desde el descubrimiento del nuevo continente, mataron en  tres  siglos mas de 160 millones de naturales  por medio de  trabajos forzados, guerras, atropellos, violaciones, saqueos y otras lindezas, que utilizaron, unidos a la cruz evangelizadora de los misioneros católica para materializar este exterminio cruel, que no cejo, por cierto con las gestas libertarias de nuestros pueblos, al contrario los caudillos y gobernantes criollos, se ensañaron aun mas en la agresión contra los indígenas.

 

Por eso cuando estas comunidades se organizan y con mucha dignidad se abren paso con trabajo y dedicación, creemos que aparte del bienestar que esta situación depara a sus componentes,  constituyen un  ejemplo para  las demás parcialidades, muchas de ellas hundidas en el vicio y la ignominia, con hijos mendigando por las calles de las ciudades, sus mujeres dedicadas a la prostitución, victimas de la humillación y la indiferencia de las poblaciones de las urbes. El crecimiento  demográfico del país, sumado al avance de lo que conocemos como progreso terminaron las posibilidades que puedan seguir viviendo de la caza y la pesca, este salto al trabajo agrícola puede ser la salvación de estas parcialidades manteniendo enhiestas y vigentes los ritos y costumbres ancestrales de su raza que aseguran su continuidad como nación.

 

3 comentarios

Anónimo -

LA TRISTEZA DEL MAR CABE EN UN VASO DE AGUA
Los hombres tristes,
que tienen en sus ojos un café de provincias,
que no saben mentir como quien dice,
que se esconden detrás de los periódicos,
que se quedan sentados en su silla
cuando la fiesta baila,
que gastan por zapatos una tarde de lluvia,
que saludan con miedo,
que de pronto una noche se deshacen,
que cantan perseguidos por la risa,
que abrazan, que importunan hasta quedarse solos,
que retornan después a su tristeza
igual que a su pañuelo y a su vaso de agua,
que ven cómo se alejan las novias y los barcos,
esos hombres manchados por las últimas horas
de la ocasión perdida,
se parecen a mí.

Luis García Montero, “Un invierno propio”

Andrés Granje. -

LA PLAZA OCUPADA

Así como en días pasados nos solazábamos con los logros de la comunidad Ache, del Alto Paraná y la cosecha de soja en 100 hectáreas que tienen en la zona, así también debemos criticar con acritud la actitud de los indígenas que devuelta ocupan la plaza Uruguaya, no existen razones muy claras del porque los nativos están nuevamente en actitud de protesta en este céntrico espacio publico, lo único concreto es el denigrante espectáculo de promiscuidad y desorden que ofrecemos a la vista de propios y extraños.
La información que tenemos es que los aposentados con sus proles en el lugar están acaudillados por los hijos del anterior cacique de apellido Domínguez, que se había llegado en años anteriores hasta el lugar reclamando tierras para su gente, en su momento se le entregó parcelas de tierra, que Domínguez no repartió o lo hizo arbitrariamente quedándose con gran parte de ellas, lo que motivó el enojo de sus seguidores entre ellos sus propios hijos, que son los que ahora se llegaron a la plaza con su gente.

Es decir, los vicios y los malos manejos de la dirigencia de grupos sociales, políticos y campesino se hicieron carne en estas parcialidades y en su dirigentes, quienes también utilizan a la pobre gente de las etnias arreándoles para hacer numero en las movilizaciones y ocupaciones de tierra, al final los únicos favorecidos serán los cabecillas de estos grupos no así los idiotas útiles que les siguen, como una dócil manada y que son victimizadas inclusive por los mismos avivados que debieran defenderlos.

En efecto, las victimas de este juego diabólico como siempre serán los nativos, los pequeños que comienzan a probar del mundo de vicios que la ciudad le ofrece, estos pequeños ya comienzan a aspirar colas de zapatero, a mendigar para sus mayores, mañana ya integraran bandas de delincuentes, sus mujeres a prostituirse dentro de un ambiente de total desorden en condiciones infrahumana a ojos y paciencia de toda la ciudadanía asuncena.
En el bicentenario de nuestra independencia el espectáculo de la plaza Uruguaya nos pone de cara a una dura realidad, las graves asimetrías sociales y el olvido de nuestro compromiso con los indígenas, también como se van degradando hasta la miseria moral mas pronunciada estos grupos y en especial sus caciques que pierden la antigua altivez y en vez de velar por la seguridad de su pueblo los utilizan de manera artera para conseguir beneficios personales , exponiéndoles a la dura realidad de una sociedad cruel que les somete a un trato denigrante.

Ante esta dura realidad las autoridades nacionales debieran actuar con firmeza, primero sancionando a los manipuladores, aunque tengan el rotulo de dirigentes indígenas y luego poner a resguardo a los seres mas vulnerables de estas comunidades, los niños, niñas y adolescentes, solamente así podremos festejar con alegría el bicentenario de nuestra emancipación como nación.

Andrés Colmán Gutiérrez -

LOS INDÍGENAS SOJEROS

Después de haber leído tantos libros e investigaciones que aseguran que el cultivo de la soja produce riqueza solo para unos pocos empresarios rurales, en su mayoría extranjeros, mientras que condena a una gran masa de campesinos e indígenas a sobrevivir en la miseria, cuesta entender una experiencia como la de los Aché de Puerto Barra Tapyi, en Alto Paraná, que han encontrado justamente en la producción agrícola mecanizada de la oleaginosa el medio para construir su prosperidad y salir del atraso, sin renunciar a la esencia de su cultura e identidad como pueblo originario.

Este miércoles 9 de marzo nos tocó participar del ritual de celebración de la cosecha en los campos de la comunidad, a 130 kilómetros al sur de Ciudad del Este, y fue llamativo verlos con los rostros cubiertos por sus tradicionales pinturas de fiesta, cantando un himno primordial en lengua aché, mientras que tres potentes y modernas máquinas cosechadoras recolectaban hasta 4.200 kilos por hectárea de las 100 cultivadas de soja, en un rendimiento que les permitirá obtener cerca de 300 mil dólares para las 38 familias asentadas.

Han tenido que pasar más de 35 años desde que sus antepasados eran perseguidos y cazados como animales en los montes del Alto Paraná, cuando los patrones de obrajes ofrecían sumas de dinero por cada cabeza de "indio guayakí" muerto.

El anciano José Kuategi, guardián de la memoria de su pueblo, todavía tiembla cuando recuerda los horrores de los últimos 28 indígenas Aché que salieron del monte, desnudos y atados con sogas, temidos como enemigos peligrosos.

Pero la solidaridad de una familia misionera les ayudó a encontrar un refugio a orillas del río Ñacunday, donde hoy mantienen una comunidad modelo en unas 850 hectáreas de tierra recuperada y asegurada, en donde guardan reservas de bosques para enseñarles a sus hijos cómo era vivir en el monte, pero a la vez aprenden a manejar la computadora conectada a internet y a desarrollar 240 hectáreas de agricultura de renta, combinada con rubros de consumo, manejando sus propios tractores y sembradoras mecánicas.

Hay varios interesantes aspectos a ser estudiados en esta rica experiencia, que rompe esquemas y teorías. Indígenas que no tienen niños mendigando en las calles y mantienen con orgullo la esencia de su cultura originaria.

¿Acaso haberse convertido en sojeros incorpora a los Aché al sistema capitalista, cuando el dinero que obtienen con su laboriosidad productiva es redistribuido comunitariamente y una gran parte se destina a mejorar los servicios sociales: salud, educación, comedor colectivo?