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HA… CHE RETà PARAGUAY ✓

DE LA EUFORIA A LA FURIA

  • Gladys Trujillo (*)

Las barras bravas, o porras como se les conoce comúnmente en México, significan hoy en día brotes de violencia en los estadios, fuera de ellos o en las mismas localidades, donde por azares del destino dos grupos rivales se encuentran, se insultan y golpean.

Éste fenómeno se presenta en nuestro país desde 1994 aproximadamente con la Porra Ultra Tuza, grupo afiliado al equipo Pachuca, pero este movimiento surge a principios de 1900, con los hooligans, distintas fuentes aseguran que estas personas se dedicaban a la bebida y la holgazanería, adquiriendo el mote por su principal representante, Edward Hooligan, que de todos era el más borracho, agresivo y pendenciero; algunos otros datos remiten este sobrenombre a los habitantes de una villa con el mismo nombre; el común denominador de ambas versiones: la violencia y el fútbol. Su cuna: Inglaterra y posteriormente Alemania.

En el Mundial de Fútbol de Inglaterra de 1966 precisamente, es donde se presentan como grupos organizados, con líderes, encargados de conseguir los boletos y transporte.

 

La influencia hooligan brinca a América en la década de los ochentas, en Argentina, coincidiendo con la muerte de treinta aficionados en la Final Intercontinental entre la Juventus de Italia y el Liverpool de Inglaterra.

 

En Argentina, las barras bravas localizan por sectores, Quilmes, Rosario, La Plata, Santa Fe, Córdoba, Tucumán, Mendoza y Buenos Aires, debido a la ubicación de los equipos, posición social y educación futbolística, ya que este deporte se inculca desde la niñez y hasta en la escuela, inclusive muchos hinchas llevan su afición al grado de pertenecer a la religión “Maradoniana” dedicada al “D10S” Diego Armando Maradona, se vive el fútbol diferente.

 

 

 

Volviendo a México, en 1966 se desprende de la barra Ultra de los Pumas la Rebel, que ocupa ahora el espacio más grande en el Estadio Olímpico Universitario, repleta de los llamados porros (integrantes de grupos de choque provenientes de los bachilleratos).

 

 

 

Hasta este momento, los hechos violentos eran fortuitos, aislados, incluso sólo ejercidos en los partidos sudamericanos, el espacio temporal entre los ataques no representaba en lo más mínimo lo que se desataría después.

 

Perú 2003: Un niño con retraso mental en su primera visita a un estadio, muere a causa de un petardo incrustado en su cráneo cuando las porras contrarias comienzan un pleito y se lanzan objetos, sabiendo que la pirotécnica ya estaba prohibida en los partidos.

 

 

 

Turquía 2004: En un partido de eliminatoria, hooligans contra turcos causan desmanes en las calles, voltean camiones y los queman, cientos de heridos es el resultado aún con la estoica presencia policíaca.

 

Estos en el plano internacional fueron los hechos más relevantes de cada año, aquí en México, la violencia y los simpatizantes de las barras crecieron de manera acelerada.

 

Final de Primera A Clausura 2007: León contra Puebla; el resultado favorece a los poblanos, los seguidores esmeraldas brincan la cerca de las gradas, invaden la cancha y atacan hasta a los granaderos, quienes valientemente custodiaron la entrada a vestidores de los campeones.

 

 

 

Veracruz contra Pumas 2008: Partido decisivo para el no descenso del Veracruz, Pumas sentencia el encuentro con dos goles, los veracruzanos tristes y furiosos pelean contra quien se les atraviesa, las imágenes televisivas muestran a un policía golpeado con un tambor gigante, provocando la caída del granadero cuatro gradas abajo.

 

 

 

 25/05/08. Final de Primera A: Indios de Ciudad Juárez contra León. Los aficionados chihuahuenses son custodiados por elementos de seguridad quince minutos antes del final del partido y son llevados en camionetas a sus transportes para evitar agresiones.

 

 

 

 

 

¿De dónde surge social y psicológicamente ésta conducta?

 

 

 

Según la socióloga Elisa Sánchez, de la violencia que ejerce la sociedad contra los individuos, sean de la “clase social” que sean, puesto que no es un movimiento propio de personas de bajos recursos, es decir, el que un joven de clase media sea partícipe de una barra, se debe a la desatención de los padres al ser necesitados por periodos de tiempo mayores a los indicados por la ley, el chico vive bien pero la interacción con los padres es reducida, en contraparte, un joven de bajos recursos la limitación que encuentra es económica, encontrando en el fútbol una forma de pertenecer a un entorno, no sólo vistiendo los colores de la playera sino sintiéndolos parte de la piel, comulga con las ideas de la institución aún con el paso del tiempo y de los jugadores. Pero no es únicamente el sentido de pertenencia, la selectividad  presentada en los últimos años por las empresas deportivas en cuanto a transmisiones de partidos entre otras cosas, ha significado que, éstos jóvenes (y adultos también) procedentes de un entorno violento desfoguen esa violencia en un estadio.

 

 

 

 

 

 

 

Eso si hablamos de un movimiento independiente, porque como lo refieren Ramiro Arzate (Coordinador de deportes en CU Ciénega) y Eliseo López Cortés (Doctorado en Antropología y maestro investigador del mismo Centro) un secreto a voces que circula alrededor de las barras es que la gente que las conforma son pagadas por personas de los altos mandos de los equipos que les indican cómo reaccionar.

 

 

 

Pero aún hay aficionados que conviven de manera sana y daré un ejemplo que viví hace poco tiempo, sin desacreditar a las porras verdaderamente fieles, no violentas pero de las cuales no he tenido información ni contacto:

 

  La Garra Felina, seguidora de los Jaguares de Chiapas, se reúnen una vez por semana afuera del estadio Víctor Manuel Reyna, consiguen y reparten boletos, si el partido es fuera de Tuxtla entonces contactan a la persona que les renta los camiones y ensayan sus cantos. Antes de partir a su destino pasan lista, afinan sus cánticos, comparten víveres y se lanzan a la aventura, procuran llegar con suficiente tiempo para visitar la ciudad antes y después del encuentro.

 

Alguna vez en un Jaguares/Atlas la Garra Felina apenas llegaba a los treinta o cuarenta asistentes más diez que estaban en la zona preferente, la gente los miraba con rareza, incluso un boletero le pregunta a una chica:-¿Van a ganar?- y ella contesta firmemente:- Sí-. ¿El resultado? Entre cuarenta y cincuenta aficionados al equipo chiapanecos felices por el gane, y la Fiel (porra del Atlas) peleando entre sí. Los chiapanecos nunca se metieron con los atlistas, pues es un grupo familiar, ese día iban mujeres y pocos niños, ninguno fue lastimado, entonces, la violencia no es requisito para entrar en una barra.

 

 

 

¿Qué se debe hacer para evitar las agresiones y que la interacción se dé a manera de apoyo, esparcimiento y diversión?

 

Una página en Internet (www.elcato.org/node/1273) presenta la teoría de Enrique Ghersi, donde propone una serie de medidas en contra de los embates de las barras. Incluye los pros y contras de las sanciones administrativas y penales en contra de los integrantes de las barras, y los que no porque en cuanto al incremento de precio en las entradas habría aficionados que dejarían de visitar los estadios. Otra medida apunta a la absorción de los gastos por parte de los clubes, siendo éstos quienes regularan a los hinchas, pero teniendo en cuenta que los expertos refieren que los asistentes son pagados para crear todo este contexto por mera publicidad, es probable que la teoría no prospere, por los intereses comerciales y la dimensión de éste fenómeno que ya es de carácter geopolítico y transnacional, es difícil crear una regulación por parte de la FIFA o clubes, pues su movimiento es aleatorio, salta de nación en nación desde las primeras contrataciones de extranjeros venidos de África y Sudamérica a México por ejemplo, según cuenta el mismo Doctor Eliseo López, cuando Atlante forma sus porras con gente pobre inicialmente, contrata a un africano y un argentino, sus amistades vienen a alentarlos y agraden en africano, insultos argentinos, chilenos etc. a los rivales, la transculturación que se vive en estos casos es negativa porque los mexicanos en esos y estos tiempo adoptan los acentos no por aprender la lengua, sino por querer ser “argentinos” por ejemplo; ahora el idioma del fútbol se traduce en cumbias villeras, nacidas en las villas pobres argentinas, es lo que se escucha en los estadios, canciones con tintes racistas, discriminación en general y violencia.

 

 

 

Los mismos entrevistados a ciencia cierta no encuentran una posible solución diferente del incremento a las sanciones ya impuestas, fianzas mayores, encarcelamientos más largos, incluso el veto de los estadios para los infractores.

 

La propuesta y el sentimiento es el mismo: “No a la violencia en los estadios”. Antes los hinchas eran quienes clamaban por un juego limpio, cuando se pedía que  la cordialidad saliera del mero protocolo e inundara todo el recinto; hoy son los jugadores los que piden un juego limpio y no sólo para evitar piernas rotas o disgustos entre ellos sino para evitar muertes detrás de las vallas, descomposición social y la posible privatización del fútbol, porque como se ven las cosas quienes no tengamos dinero veremos el juego en bares que cuenten con servicio de televisión por cable, si la situación sigue como está, los boletos se venderán sólo por membresía y nos va a pasar a todos como les pasó a los aficionados de las Chivas con su nuevo estadio.

 

 

 

“Porque eres mi rival, no mi enemigo” como pregona la FIFA para evitar los altercados dentro y fuera de la cancha, luchemos por un juego limpio, desde la cancha, la tribuna, las casas y donde quiera que se transmita un partido, se debe procurar el respeto y la cultura de denuncia, nuestra responsabilidad como ciudadanos nos obliga a hablar y poner un alto a un movimiento que nos está sobrepasando, si no, la inseguridad y el vandalismo habrán ganado.

 

 

 

(*) Estudiante de la Licenciatura en Periodismo, Universidad de Guadalajara, México.

 

 

2 comentarios

Anónimo -

BARRAS DE DELINCUENTES


Andrés Granje.
La hinchada paraguaya antes de la década del 80, tenía una forma tan peculiar de alentar, si jugaba la selección paraguaya, en el paroxismo de la emoción, después de convertido un gol, o de la sucesión de acciones bien armonizadas entre sus atletas, cuando estas jugadas cobraba dimensión de arte, entonces los aficionados ensayaban el característico silbido seguido de la palabra Paraguay, al final, para de vuelta comenzar con el silbido, de cualquier forma el aliento no duraba muchos minutos. Alguna vez tras la obtención de uno delos campeonatos que por entonces nos tenía mal acostumbrados el Olimpia, en la década del sesenta, habíamos vistos con nuestros ojos de niño asombrados y feliz, agitados en el cielo, del defensores del Chaco, entonces estadio de Sajonia, “los blancos pañuelos, premiando elocuente la obra titán”, como dicen los versos de Fruto Pane, al cantar a su querido club, los pañuelos blancos a la usanza española, se desplegaba en esos momentos supremos, hasta ahí llegaban las exteriorizaciones de jubilo por el triunfo.



Por eso se decía que la hinchada paraguaya era muy fría, poco expresiva, que se necesitaba que el jugador numero 12 juegue también, el aliento era una ayuda imprescindible para el equipo, para hacer sentir la localía, según nos decían los entendidos de entonces, en cambio el publico paraguayo era mas un espectador analítico, esa quizás fue la causa que a comienzo de la década de los ochenta y luego de la gran conquista franjeada de la Copa Libertadores de América, en el 79, se organizaran los simpatizantes del club, especialmente los jóvenes bajo el liderazgo de un inquieto muchacho, Gustavo Vigo, quien fue el primer jefe de una hinchada organizada, al Olimpia siguió Cerro Porteño, con los mellizos Robledo, después Luqueño, Guaraní, ahora no existe club que se precie de grande, que no tenga su barra constituida, con todos los privilegios que el hecho significa para sus miembros.
Jamás se imaginaron estos mozos que comenzaron a organizar al publico, como se iba a degenerar estos grupos, algo que nació con tan buenos augurios y para fin tan noble, si hasta los expectables de las preferencias y plateas veían con buenos ojos, la entusiasta presencia de adolescentes que saltaban y cantaban estribillos ingeniosos y coloridos para empujar o premiar al equipo que se debatía en la cancha. Aparte era una novedosa manifestación que sustituía a figuras emblemáticas como Pibe Villalba o Jerónimo Vidal en Olimpia, don Heraclio Zampiropholos en Cerro Porteño y los hermanos Olitte en Libertad, emblemáticos referentes de estos clubes que con megáfono en mano gritaban consignas desde las gradas.
La degradación de la hinchada a sido total, en la actualidad su inconducta llega al delito, son enemigos públicos de cuidado, están a punto de matar la sana alegría que proporciona este bello deporte que dicen amar, antes que alentar o llevar diversión a las gradas, se constituyen en factores disociantes que logran que muchos amantes del futbol no acudan mas a los estadios, en otros países, inclusive de Sudamérica, luego de mucho probar, encontraron métodos eficaces que actúa como antídotos contra el mal, pasa por un control eficaz de las fuerzas policiales en los estadios, la detención de los inadaptados, someterlos a juicio penal y el castigo con multas y privación de libertad para los que causan destrozos y vandalismos en los espectáculos deportivos. En síntesis simplemente aplicar las leyes vigentes y punto.

Amado de Jesús Alborno -

BARRAS BRAVAS

Todavía me siento impactado por la pedrada que recibió en la cabeza el arquero de Guaraní, Aurrecoechea, en la cancha de Luqueño, y también por la tremenda cobertura catastrófica de la prensa deportiva sobre ese hecho, nada menos cuando apenas se daba inicio al campeonato 2011.

Naturalmente ese partido Guaraní-Cerro Porteño no se jugó, se suspendió y la responsabilidad se trasladó a la hinchada cerrista y días después un chico de 20 años fue detenido como quien lanzó el cascote.

La polémica se justificó por el hecho de que no podemos dar ventaja a los violentos, se trate de quien se trate, sea en el escenario donde fuere. No importa que sea en el fútbol, en el deporte en general o en la calle o en una fiesta. Todos tenemos que tener el coraje de decir “no a la violencia”.

Pero donde no estoy de acuerdo con la prensa es en el seguimiento de los actos de violencia que suceden en los partidos del fútbol. Todos hablan de la manera más trágica cuando sucede algo, pero todos cierran la boca a la hora de prevenir la violencia.

Por ejemplo, ningún medio noticioso se ocupó de verificar si en la segunda fecha del campeonato que se disputó, los dirigentes de clubes regalaron o no las famosas “entradas de favor” a los supuestos hinchas organizados. Y este dato es importante porque todo el mundo sabe que los violentos están entre los denominados “barras bravas”, mimados de los dirigentes y hasta de algunos jugadores. Si a esa gente no se regala entradas, probablemente no van a la cancha y los beneficiarios en su mayoría van “tomaditos”, entran con cuchillo, algunos hasta con arma de fuego.

Luchar contra la violencia en el fútbol en las gradas es un deber que tiene que asumir dirigentes y periodistas, combatiendo a las “barras bravas”. Si así no lo hacemos, simplemente no hacemos nada y siempre nos contentaremos plagueándonos después de alguna desgracia.