MISERIA, GENEROSIDAD Y ESPERANZA EN LOS BAÑADOS DE ASUNCIÓN
Por Angel Sauá Llanes.
Una de las vivencias que más me impactó en mi reciente visita a Asunción fue el descubrimiento del cinturón de miseria y de indignidad que la rodea , de sur a norte, conocida con el nombre de ” Los Bañados “. Al parecer tal nombre les fue aplicado a causa de las periodicas crecientes de nuestro rio epónimo que lamìan y ” bañaban ” regularmente sus bajas y áridas costas.
Educación popular
En la segunda quincena del mes de Agosto, con ocasiòn del Dìa del Nino, un viejo amigo de antano, hoy funcionario del Ministerio de Educaciòn y Culto, me invitò a visitar la escuela ” San Cayetano ” en el Banado Sur. Me encontrè con un amplio y rùstico edificio de dos pisos,con aulas para todos los grados de la primaria y un grupo de jovenes maestras y maestros ayudando a numerosos ninos y ninas, con pies descalzos ,divirtiendose en el patio posterior de la estructura, saltando sobre un telòn de plàstica, deslizandose sobre un tobogan inflado y explorando un curioso cuanto inèdito ” castillo coloreado “. Una empresa especializada en juegos infantiles, del centro de la ciudad , los habia alquilado por ese dìa a esa escuela. Al menos un dìa al ano esos ” hijos de la miseria ” se diverten como ” los hijos de lo ricos “, pensé para mis adentros.
En esa ocasiòn tambien tube el placer de conocer al famoso Paí Oliva, un jesuita espanol nacionalizado paraguayo, expulsado por el règimen stronista y reingresado en el paìs despues de la caida del dictador.El mismo me explicò que los ninos de esa escuela pasaban a cursos secundarios, algunos de ellos incluso a la Universidad, para luego volver a servir a su comunidad. El Padre Oliva vive en el Banado Sur, ayuda y sostiene otras iniciativas culturales y sociales del mismo barrio. Tambien escribe diariamente una inteligente minuta de comentarios de la actualidad en un conocido cotidiano capitalino.
El amigo que me acompanaba me hizo subir despues a los planos superiores del edificio y me mostrò a los lejos, al costado del Cerro Lambaré,una impresionante colina blanquecina, surcada de tractores que la recorrian de un lado para otro , aplastando en su viandar incesante, toneladas y toneladas de basura descargadas por camiones de la limpieza municipal de Asunciòn. En lontananza tales camiones parecian hormigas, cansadas y perezosas, que subian y bajaban de ese terraplen inmundo y momificado semejante a una macabra piràmide egipcia en construcciòn , en la periferia de la ciudad. Aquello que divisamos a lo lejos es la famosa ” Cateura “, me susurrò mi ocasional acompanante.
Psiquiatria territorial
Semanas después, en mi condición de médico-psiquiatra paraguayo, residente desde hace décadas en Roma, un generoso, capàz y comprometido jòven colega, me hizo conocer las iniciales experiencias de atenciòn a la Salud Mental en àmbito territorial, en el mismo Bana-
do Sur. Fuimos recorriendo ese museo de callejuelas entrecortadas , con charcos y canales de agua negra a cielo abierto, y ninos harapientos jugueteando por los terraplenas de tierra bordeadas de casuchas a medio construir, dignas de un capitulo de la novela ” Los Miserables ” de Victor Hugo.
Llegamos al Centro de Asistencia Familiar ya repleto de gente. Nos reunimos en un saloncito suministrado por unas simpàticas religiosas , una chilena y otra ecuatoriana, que vivian en una ranchito vecino , compartiendo la miseria del ambiente, como dignas discipulas del Obrero de Nazareth. Visitamos una agudez psiquiatrica desencadenada en el seno de una familia concepcionera emigrada hace diez anos en esa periferia desastrada de nuestra ciuda capital. Se trataba de un jòven de 30 anos, hijo ùnico de la mencionada familia, que desde hacia varias semanas pasabas sus dias encerrado en su casa, prisionero de fantasias persecutorias que le impedian nutrirse y entrar en contacto con la gente. En su periodo de bienestar tal jòven distribuia alimentos, con su destartalada camioneta, a sus hermanos màs carenciados, en ese ambiente dantesco de miseria y mendicidad. Conversamos con la madre del paciente, disponible a suministrar una medicaciòn oral en gotas, diluidas en jugo de frutas, para superar la sospechosidad del paciente. Se evitò asì la internaciòn forzada que no habria tenido otro efecto que el confirmar sus fantasias persecutorias , confiando en el tiempo, en la eficacia del fàrmaco y en el auspicable trato ” normal ” de parte de los familiares y de la comunidad , para el probable mejoramiento del cuadro clìnico.
Fuimos despues a visitar otra emergencia en el Banado Tacumbù, un poco mejor organizado que el Banado Sur. Calles màs amplias y empedradas, menos charcos y canaletas a cielo abierto y una cancha de futbol para los jòvenes del lugar. Se trataba esta vez de una senora de 40 anos, en un estado de despersonalizaciòn psiquica con fondo depresivo reactivo a la miseria y a su condiciòn de madre soltera de cuatro hijos. Vivia en una pobre casucha constituida por un espacio promiscuo de tres semicuartos
separados por paredes que no llegaban al techo , sembrados de catres cubiertos con cochon de lona, sobre los cuales dormìan aùn algunos miembros de la familia. Eran las doce del dia ! El colega a quien acompanaba suministrò la medicaciòn adecuada , evitando nuevamente la internaciòn , confiando en el tiempo y en la tenacidad de la asistente social que acompanaba a la paciente, para obtener el deseable mejoramiento de su estado clinico. Eran dos casos de emergencia psiquiàtrica tratados con la modalidad de ” asistencia territorial ” , ya en marcha en otros paises europeos y latino-americanos, que se estaba aplicando tambien finalmente en los Banados de Asunciòn.
En la ida y venida de un Banado a otro, recorrimos una amplia avenida pavimentada de doble mano, con una sucesiòn de campitos deportivos de diversa especie : futbol, basquet, volley, ctc , en el espacio verde dejado libre entre ambas manos . Un tropel de ninos jugueteando alegremente en esos diversos espacios deportivos , me propiciò un inesperado espectàculo de normalidad, que levantò mi animo un tanto bajo ante la visita de tanta desuhumanidad. El colega que me acompanaba me dijo que esa pequena Avenida 9 de Julio en miniatrura de llamaba calle 21.
Terminamos esa alucinante manana en los Banados Sur y Tacumbù, comiendo un sabroso plato de arroz con pollo, cocinado por los mismos operadores del Centro de Atenciòn Familiar y servido en miseros platillos de aluminio que, acabados de comer, tubimos que lavar con nuestras propias manos.
Empresas y obreros paraguayos
Dias antes de mi regreso, un joven sobrino y buen amigo, me llevò a visitar en los orígenes de la Avenida General Santos, cruzando los bajos de la Avenida Artigas, los trabajos inciales de la futura Avenida Costera de Asunciòn. Amplios terraplenes de tierra roja, removidas y aplastadas por gigantescos tractores y obreros de una empresa paraguaya, estaban trabajando en esa calurosa manana de inicio Septiembre. Me informaron que la obra en marcha era fruto de un milagroso acuerdo colaborativo entre los tres Poderes del Estado : Ejecutivo, Legislativo y Judicial, y la Municipalidad de Asunciòn. En su conclusiòn, esa Avenida Costera tantas veces anunciada y finalmente en realizaciòn serià el mejor obsequio que la ciudadania paraguaya regalaria a su Ciudad Capital , con ocasiòn de los festejos del Bicentenario de la Independencia Nacional. Viendo y pensando estas cosas me sentì fugazmente orgulloso de ser un paraguayo de renovada fé y esperanza en un futuro mejor para la amada patria que lo viò nacer.
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erika -