CIUDAD CAÓTICA | CASI UNA ESTAFA
- Por Erwing Rommel Gómez
Ser periodista, cubrir toda la información relacionada con la Municipalidad de Asunción -que obliga a recorrer los barrios y ser "famoso" entre la gente o escarbar en la gestión de cada administración comunal- y vivir en la Capital, pueden convertirse en un verdadero infierno. Las quejas y los reclamos de las personas contra la ineficiencia de las autoridades de turno, que ven a cada hombre de prensa como el salvador capitalino, te persiguen sin piedad a dondequiera que vayas, en el karaoke, en el encuentro de fútbol de fin de semana, en una reunión de amigos, etc.
Y en trance de una función que nada tiene que envidiar a un sacerdote en el confesionario, ya que lo que diga el comunicador es tomado como santa palabra, lo que más quebranta al contribuyente asunceno es el hecho de pagar por servicios que son cobrados como si fueran de primer mundo, pero que al no ser prestados de manera efectiva, no hacen otra cosa que convertir cada vecindario en un sitio lleno de problemas y precariedades.
"¡Qué pucha!... pago cada año G. 3 millones en impuesto inmobiliario y tasas de conservación de pavimento y barrido y limpieza, pero mi calle está un desastre", es el "disco rayado" de los frentistas que no tienen en ninguna legislación vigente alguna tabla que les permita flotar y defenderse de una situación que raya con la estafa.
Algunos tibios intentos de algunas organizaciones sociales o barriales en pos de cambiar la triste realidad de abuso económico contra la castigada población cayeron siempre en saco roto. Todo queda en el oparei y los políticos, a la hora de postularse para ocupar la titularidad de la Comuna capitalina, ofrecen descaradas propuestas de solución para viejos dramas que parecen tener vida eterna.
Vivir sobre una arteria con empedrado es sinónimo de salir cada día a la vía pública y encontrarse con una calle hundida y deformada, con basuras volando por todas partes y efluentes cloacales que no hacen otra cosa que poluir sensiblemente el medio ambiente y llenar la zona de molestos insectos. Al final uno sabe que ese panorama difícilmente vaya a ser subsanado por el Municipio.
Cada intendente que accede al cargo tiene un discurso levemente diferente a sus antecesores, cargado de promesas, pero que en el fondo es lo mismo que igual, ya que los dramas de una ciudad que va creciendo de manera desordenada se mantienen a través de los tiempos.
Hoy, Arnaldo Samaniego asegura que no hace falta suprimir aquellos servicios que no se prestan y por los cuales se vienen pagando millonarias sumas, como plantean algunos concejales, sino llevarlos a la práctica, como corresponde. Lo que el jefe comunal no aclara es cómo piensa hacerlo, cuando que el 80% de la recaudación es destinado al salario de los más de 6.800 funcionarios municipales, que en su mayoría son administrativos y no de la parte operativa, que es lo que necesita para revertir el sombrío panorama que afecta a los asuncenos.
Como no existe una fórmula mágica para lograr que los munícipes cumplan con la misión para la cual fueron electos y reviertan en buenos servicios el dinero pagado por los contribuyentes, en mi condición de periodista no encuentro otra forma más que lanzar frases esperanzadoras o de consuelo a quienes me consultan qué hacer para regularizar esto o aquello; mientras pienso cómo eliminar la montaña de basura que se pudre en la esquina, cómo cerrar el profundo bache que puede matar a algún motociclista o lograr que algún barrendero saque las malezas y limpie mi precario empedrado.
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