PEQUEÑAS COSAS
Debilidades de nuestra empatía social
- Por el Dr. Walter G. Bastos
Director estratégico del Club de Ejecutivos del Paraguay
Hay un universo de pequeñas cosas/ Que solo se despiertan cuando tú las nombras/ Todo lo que es bello está esperando tu mirada. Letra de la canción "Hay un universo de pequeñas cosas", de Alejandro Sanz.
Convengamos que esta es una manera inusual de empezar un artículo en una columna empresarial, pero hoy quiero escribirles sobre las pequeñas cosas. Y cuando me refiero a pequeñas cosas no quiero que se confunda con cosas pequeñas; sino a las pequeñas cosas que nos afectan a los ciudadanos comunes, que forman parte de nuestra cotidianidad y que no son pequeñeces.
La referencia al ciudadano común tiene que ver con el punto de encuentro que nos involucra recíprocamente a todos los ciudadanos, no importa cuál sea su situación económica y social.
Por lo general, los ciudadanos comunes no hablamos del producto interno bruto ni de la balanza comercial. Tampoco del ingreso per cápita. Desde ya aclaro que estos indicadores son absolutamente necesarios.
Los ciudadanos comunes hablamos de nuestra seguridad, de nuestra economía, de nuestra salud y de nuestra educación y la de nuestras familias, pero con parámetros bien nuestros. En la calle, de los bloqueos de acceso a la ciudad; en la salud pública, del tema del dengue; en nuestra economía, de la regulación de precios. Estos temas comunes hacen a nuestra EMPATÍA SOCIAL.
Y esta empatía social me inquieta a partir de dos debilidades. En primer lugar, la permisividad de nuestras autoridades. Parafraseando a Octavio Paz, me atrevo a decir que en nuestro país la democracia no necesita echar alas, lo que necesita es echar raíces. Las autoridades deben consolidar nuestras instituciones, resguardar las garantías fundamentales, asegurar la igualdad de oportunidades para los ciudadanos y, sobre todo, mejorar la efectividad de nuestras burocracias. Deben ser capaces de satisfacer las necesidades ciudadanas y de brindar los frutos que la democracia está obligada a entregar. La democracia no entrega ANARQUÍA.
La semana pasada vivimos la triste experiencia de una ciudad sitiada por los anárquicos de siempre bajo la permisiva vigilancia de las autoridades.
En segundo lugar, el ciudadano ausente. "Ciudadanía democrática", "ciudadanismo" o "republicanismo" son expresiones insertadas en determinados discursos políticos y textos. Para Tocqueville –el pensador francés– sería una paradoja de esta sociedad posmoderna que se hable a menudo de ciudadanía, mas esto no implica necesariamente una llamada a una mayor participación en la vida política. La libertad, tal y como la conciben muchas personas, poco tiene que ver con la vida pública. No es la preferida en una sociedad que se caracteriza por ser hipercrítica con la clase política; sin embargo, lo que más se valora es la dimensión privada de la vida, de tal modo que no ha perdido actualidad una apreciación de Benjamín Constant sobre la "libertad de los modernos": su objetivo es la libertad en los placeres privados y sólo llaman libertad a las garantías acordadas por las instituciones a dichos placeres.
Parafraseando a Benjamín Constant, la "libertad de los modernos" nos lleva a un tipo de ciudadano indolente y ausente, cuyo nivel de compromiso solo se manifiesta si es que le tocan lo suyo. Para este tipo de gente una frase de Alejandro Sanz: "¿Por qué hay estrellas que brillan, pero no se ven?". Y existe gente que nunca llega a conocer.
Paraguay inexorablemente está destinado al crecimiento, pero si no empezamos a hablar de las pequeñas cosas, los problemas sociales se irán incrementando y nuestro crecimiento tendrá barreras a partir de la pérdida de energía interna.
www.clubdeejecutivos.org.py
coordinacion@clubdeejecutivos.org.py
Hay un universo de pequeñas cosas/ Que solo se despiertan cuando tú las nombras/ Todo lo que es bello está esperando tu mirada. Letra de la canción "Hay un universo de pequeñas cosas", de Alejandro Sanz.
Convengamos que esta es una manera inusual de empezar un artículo en una columna empresarial, pero hoy quiero escribirles sobre las pequeñas cosas. Y cuando me refiero a pequeñas cosas no quiero que se confunda con cosas pequeñas; sino a las pequeñas cosas que nos afectan a los ciudadanos comunes, que forman parte de nuestra cotidianidad y que no son pequeñeces.
La referencia al ciudadano común tiene que ver con el punto de encuentro que nos involucra recíprocamente a todos los ciudadanos, no importa cuál sea su situación económica y social.
Por lo general, los ciudadanos comunes no hablamos del producto interno bruto ni de la balanza comercial. Tampoco del ingreso per cápita. Desde ya aclaro que estos indicadores son absolutamente necesarios.
Los ciudadanos comunes hablamos de nuestra seguridad, de nuestra economía, de nuestra salud y de nuestra educación y la de nuestras familias, pero con parámetros bien nuestros. En la calle, de los bloqueos de acceso a la ciudad; en la salud pública, del tema del dengue; en nuestra economía, de la regulación de precios. Estos temas comunes hacen a nuestra EMPATÍA SOCIAL.
Y esta empatía social me inquieta a partir de dos debilidades. En primer lugar, la permisividad de nuestras autoridades. Parafraseando a Octavio Paz, me atrevo a decir que en nuestro país la democracia no necesita echar alas, lo que necesita es echar raíces. Las autoridades deben consolidar nuestras instituciones, resguardar las garantías fundamentales, asegurar la igualdad de oportunidades para los ciudadanos y, sobre todo, mejorar la efectividad de nuestras burocracias. Deben ser capaces de satisfacer las necesidades ciudadanas y de brindar los frutos que la democracia está obligada a entregar. La democracia no entrega ANARQUÍA.
La semana pasada vivimos la triste experiencia de una ciudad sitiada por los anárquicos de siempre bajo la permisiva vigilancia de las autoridades.
En segundo lugar, el ciudadano ausente. "Ciudadanía democrática", "ciudadanismo" o "republicanismo" son expresiones insertadas en determinados discursos políticos y textos. Para Tocqueville –el pensador francés– sería una paradoja de esta sociedad posmoderna que se hable a menudo de ciudadanía, mas esto no implica necesariamente una llamada a una mayor participación en la vida política. La libertad, tal y como la conciben muchas personas, poco tiene que ver con la vida pública. No es la preferida en una sociedad que se caracteriza por ser hipercrítica con la clase política; sin embargo, lo que más se valora es la dimensión privada de la vida, de tal modo que no ha perdido actualidad una apreciación de Benjamín Constant sobre la "libertad de los modernos": su objetivo es la libertad en los placeres privados y sólo llaman libertad a las garantías acordadas por las instituciones a dichos placeres.
Parafraseando a Benjamín Constant, la "libertad de los modernos" nos lleva a un tipo de ciudadano indolente y ausente, cuyo nivel de compromiso solo se manifiesta si es que le tocan lo suyo. Para este tipo de gente una frase de Alejandro Sanz: "¿Por qué hay estrellas que brillan, pero no se ven?". Y existe gente que nunca llega a conocer.
Paraguay inexorablemente está destinado al crecimiento, pero si no empezamos a hablar de las pequeñas cosas, los problemas sociales se irán incrementando y nuestro crecimiento tendrá barreras a partir de la pérdida de energía interna.
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EDICION IMPRESA | Sábado, 02 de Abril de 2011
1 comentario
Anónimo -
Decía la reina de la literatura latinoamericana, Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, conocida por el seudónimo de Gabriela Mistral, que donde haya un árbol que plantar, plántalo tú. No le faltaba razón. Desde luego, aquel que no haya plantado un árbol que lo haga antes de que se le acabe el camino. Aquí, en este planeta, todos somos caminantes y todos debemos ser del camino verde, de la biodiversidad, no del camino de la sinrazón, que nos lleva a la deforestación y degradación de los bosques, amortajándonos así nuestra propia existencia.
Está visto, que la vida del ser humano es una vida que se entrelaza a los bosques y se entremezcla con los árboles. Conviven y viven con nosotros, entre nosotros, por nosotros y para nosotros. Les requerimos como el agua que bebemos; no en vano, sus verdosos macizos, aparte de contribuir al equilibrio natural, nos alegran el espíritu y nos asisten en la salud. Buena parte de los medicamentos proceden de los bosques. Forman parte de ese aluvión de sorpresas que a diario nos injerta la vida. Una existencia sin árboles en quien sustentarse es como caminar sin garbo, arrastrado por el suelo como una serpiente. Por ello, considero, que es una exigencia instintiva, cuidar esas frondosas arboledas, que nos preceden y nos protegen, puesto que son como nuestro salvavidas, el verso preciso y necesario para vivir, el hogar de la poesía y el corazón de los poetas, fuente de creencias y tradiciones espirituales, manantial de confesiones y arranque de nuestra existencia.
Por cierto, la ONU nos llama a celebrar, (este año 2011), que los bosques cohabiten entre toda la gente. Sin ellos no sería posible respirar, ni vivir, nos dan el aire y el agua. A mi juicio, lo importante de la celebración es hacerlo antes cada uno consigo mismo y luego con los demás. Sin duda, el compromiso es individual, pero la acción práctica ha de ser conjunta, a la hora de aumentar la concienciación de una gestión de conservación y desarrollo sostenible hacia todos los tipos de bosques. Los ciudadanos tienen un papel fundamental, la de ser conscientes del impacto que sus decisiones tienen a través de sus pautas de consumo. Lo de sé tú el que aparta la piedra del camino es una obligación. Por desdicha, la gama de servicios ambientales que proporcionan los bosques aún no es suficientemente valorada por los mercados; y, bajo estas mimbres, resulta complicado que se produzca el giro en su gestión.
También decía Mistral que donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú; y que donde haya un esfuerzo que todos esquiven, hazlo tú, algo muy actual para ponerlo en aplicación. La humanidad no puede seguir perseverando en los errores del pasado, y por mucho esfuerzo que parezca, hay que cambiar modos y maneras de vida. El diálogo, sustentado por el abecedario de la ética y sostenible por el lenguaje de la estética, es la única manera de facilitar la solución a los conflictos que se nos han venido encima. Nada se consigue sin diálogo, mal que nos pese. Para acallar las armas hay que retomar el camino de la plática y de la mano tendida. Para afrontar la crisis cultural también debemos purificar la memoria, dialogar desde la verdad y pedir clemencia. Para desafiar la crisis financiera hemos, igualmente, de parlamentar más y ser capaces de poner la economía al servicio de la humanidad.
El bien común, ha de ser un bien conversado, hablado entre todos, sin destierros, y debe ser responsabilidad y objetivo de cada ciudadano o grupo social y no sólo de los poderes públicos. Lo de sé tú el que aparta la piedra del camino, me parece una buena lección para que se produzca realmente la transformación, que hoy el planeta precisa con urgencia.
Pienso, evidentemente, que el desarrollo del mundo debe abarcar a toda la humanidad, a todas las personas. Junto a esa universalidad, también hemos de preguntarnos qué progreso queremos. Las energías renovables tienen que entrar en acción, son un elemento esencial de corrección. Asimismo, la voz de los sin voz ha de contar, debe ser considerada en todos los foros para buscar una noción de desarrollo aglutinador, lejos de ideologías sectarias, para que, en verdad, sea sostenible en todo el hábitat. A mi manera de ver, difícil tenemos la evolución si seguimos instalados en una cultura excluyente, de abundancia inmoral, consumista a más no poder, que tampoco ve más allá de usar y tirar, individualista y trepa, de mucho saber y poco pensar. Para colmo de males, la justicia distributiva suele estar en manos de quien concentra el poder económico, que por ende también concentra el poder político, que lo aplica de acuerdo a sus intereses y a la de sus seguidores.
Resultado de todo ello, que el individuo sigue siendo una cosa, no una persona, sin capacidad de decisión, porque su situación es la de servilismo y de ahí no debe salirse. El cambio en el mundo, por consiguiente, también tiene que llegar haciendo progresar la democracia (con más democracia), que tampoco avanza, en parte por la desconfianza ciudadana, por más que se nos llena la boca a diario de demócratas. Cuántas veces, por desgracia, países que se constituyen como Estado social y democrático de Derecho, aplican la ley del silencio, o sea, la ley del poder (ordeno y mando). A pesar de todo, siempre uno puede ser el que aparte la piedra del camino, porque existe en todos nosotros un fondo de humanidad que puede mover montañas, quizás sea cuestión de ejercitarlo.
V. C. Herrero